jueves, 19 de septiembre de 2013

Olga Nolla: Cierto y falso (poema)

Cierto y falso
(Del poemario El sombrero de plata, 1976)

Mi madre daba fiestas espléndidas
para los matrimonios elegantes de Mayagüez, cierto.
Mi madre disfrutaba de estos cócteles, falso.
Mi madre hubiera querido ser actriz.
Cierto, cierto.
Recitaba sus poemas de espumas y pétalos
frente a los invitados.
Le gustaba el halago y el aplauso.
Su público reía bebiéndose el champán y el ron
de su despensa.
Su público, borracho,
hablaba de negocios y de viajes al extranjero.
Mejor dicho,
los hombres hablaban de negocios;
las mujeres, aparte, de trajes y sirvientas.
Mi madre tenía buenas amigas;
nada tan falso, falso.
Mi madre dispersaba sus versos de alegría
y adentro le crecía, llorosa, una nostalgia.
Mi madre era feliz.
Cierto, cierto.
No, falso.
Mi madre era un vacío que huía de su sombra.
Mi madre no sabía que era infeliz, lo dudo,
Mi madre me quería.
Cierto, cierto, muy cierto;
todavía me empuja la tabla del columpio.
Mi madre daba fiestas, pero otras fiestas y especiales
para los amigos norteamericanos de mi padre.
Cierto, cierto.
Mi padre desdeñaba la alta burguesía puertorriqueña.
¿Falso?¿Cierto?..., no sé, era distinto de ellos,
no bebía ron ni wiski, no entendía de negocios.
Mi padre sabía cultivar la tierra
y curar las heridas de los árboles de naranja.
Le daba vitaminas y abono a las cosechas.
Los retoños de la caña de azúcar
aplaudían de gozo cuando él entraba al campo.
Mi padre prefería los norteamericanos, cierto, cierto.
¡Admiraba las sanas, honestísimas costumbres
de los altos rubios miembros de la comunidad científica
que trabajaba la estación experimental agrícola!
Mi padre
como creía lo que decían los periódicos,
pensaba que los norteamericanos eran la gente mejor del mundo.
Mi madre se aburría de muerte
en los grandes banquetes con que obsequiaba a los gringos
y bostezaba hacia adentro
al escuchar las bromas de los comenzales.
Mi madre no comprendía cómo
algunos llevaban hasta diez años en Puerto Rico
y aún no hablaban español.
A nadie se le ocurría criticarlos,
pero era vergonzoso, socialmente,
que un puertorriqueño no hablara inglés.
Mi madre se levantó un día
y acusó a los norteamericanos
de habernos colonizado sicológicamente,
falso, falso.
Mi madre se tragó su rabia
y nunca protestó.
Siguió dando las mismas fiestas
para que los burgueses puertorriqueños se emborracharan
y las mismas fiestas
para que los norteamericanos probaran comida nativa.
Mi madre una noche envenenó a los amigos de mi padre.
Falso, falso,
no se atrevió.
Mi padre
envejeció creyendo que para mi madre también
los norteamericanos eran la gente mejor del mundo.
Mi madre envejeció
fabricando versos con torres de espuma y ríos de pétalos.
Por suerte,
olvidaron bajarme del columpio.

2 comentarios:

Siluz dijo...

Me encantó, Rocío. Gracias por compartirlo. Un abrazo.

Noel Ernesto dijo...

Gracias por mostrarnos este poema, no lo había leído.